El capital de conocimiento de los países
Erik Haindl Director Instituto de Economía, Universidad Gabriela Mistral
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Erik Haindl
Acaba de salir un libro de la editorial del MIT llamado The Knowledge Capital of Nations de los autores Eric Hanushek y Ludger Woessmann, que argumentan en forma bastante convincente, con evidencia dura, que el desarrollo económico de los países es básicamente una revolución en las bases del conocimiento tecnológico de sus trabajadores y empresarios. Más que acumular capital y trabajo, lo clave para los países es el avance en el conocimiento sobre los distintos procesos productivos (las artes industriales) y tener la institucionalidad apropiada para que existan los incentivos a innovar y a aplicar estos conocimientos en la producción de los distintos bienes y servicios. Por cierto, esta institucionalidad debe contemplar derechos de propiedad apropiados, para que los que realizan estas innovaciones, sean capaces de apropiarse al menos en parte del mayor valor agregado generado.
La escuela de Chicago llama Capital Humano a este “conocimiento útil y habilidades” que está incorporado en las personas, y de alguna manera representa una inversión sistemática en educación y experiencia. No cualquier conocimiento es Capital Humano. Tan sólo los conocimientos útiles que permiten aumentar la productividad de las personas son dignos de este apelativo. Cualquier conocimiento que no sea útil para el proceso productivo, o para las organizaciones que llevan a cabo este proceso, no es Capital Humano. Así definido, el Capital Humano se convierte en un factor productivo esencial, que junto con el Capital Físico, el Trabajo y los Recursos Naturales permiten “explicar” buena parte del mayor ingreso per cápita de los países.
En la medición del Capital Humano muchas veces se ha utilizado la educación formal como “proxi” de la inversión en este factor. El libro mencionado afirma que esto es un error. Muchas veces los sistemas educativos de los países no apuntan a generar verdadero “conocimiento útil” ni a generar habilidades productivas en sus estudiantes. Por ejemplo, en el caso de Chile, toda la reforma educacional en marcha no contempla ni una sola medida que permita aumentar “los conocimientos útiles y habilidades” de sus estudiantes. Por lo tanto, pese a gastar varios puntos del PIB, su aporte al aumento del Capital Humano en el país y al desarrollo económico es virtualmente cero. Los autores del libro enfatizan que muchos países se han preocupado de promocionar sus sectores educativos formales, muchas veces de mala calidad, y con contenidos irrelevantes, en lugar de hacer lo que tienen que hacer. El conocimiento es el fundamento de la prosperidad económica. Las medidas convencionales de logros educacionales son pobres predictores del crecimiento económico.
Nuestro país en materia tecnológica es claramente un seguidor respecto a los líderes tecnológicos mundiales: Estados Unidos, Japón y Alemania. Una política pública fundamental debería ser la preocupación de que nuestros centros educacionales estén al tanto de los avances tecnológicos en las distintas materias, y que estos avances se transmitan al sector productivo. El sistema educativo debiera ser capaz de mantenerse al día con estos avances, y transmitir estos nuevos conocimientos a sus estudiantes.
De otra manera estaremos condenados a seguir siendo un país exportador de materias primas y a permanecer rezagados en nuestro desarrollo económico.